Perdida de memoria y otros efectos colaterales
- ELLA, sobreviviente
- 28 jul 2020
- 2 Min. de lectura
A ratos me sentía fuerte, a ratos no. Ya comía de una manera normal y hasta me parecía algo normal mis citas con la psiquiatra. Ella parecía muy interesada en saber como iba el caso, al igual que otras personas con las que tenia cita esos días. Para mí, esas preguntas solo eran hinconsitos en el corazón.
Mis días se volvieron cálidos. Empecé a estudiar desde casa, algunos profesores entendieron porque no iba tanto a clases, otros no. Hubo muchas personas que me ayudaban prestándome apuntes o integrándome a sus grupos de trabajo. De igual forma mi vida cambio.
Poco a poco, me levantaba. No quería ir a la universidad, ni a ningún lugar donde pudiera encontrármelo. Ya había tenido algunos ataques de ansiedad las veces que me lo cruce. Odiaba esos temblores, el miedo, la falta de oxigeno y las ganas de llorar. Aun odio pasar eso, pero voy mejorando. Opte por empezar a estudiar todos los complementos para terminar bien mi carrera. Claro pero muy lejos de ahí. Además, estudie danza folclórica y me daba ánimos para seguir, sea cual sea el camino que escogiese al final. Sí me siento mal, solo quiero respirar hondo, tomar mi tiempo y continuar.
Me di cuenta que cada cierto periodo de tiempo, mi ciclo de sueño se volteaba y no podía dormir durante toda la noche, simplemente no podía. Empezaron mis ciclos de depresión. Deje de tomar fármacos porque me di cuenta que había cosas que no recordaba y algún tiempo después me di cuenta que había días enteros que jamás aparecieron en mis recuerdos, por más que hiciera el esfuerzo. Estaba perdiendo la memoria. Aunque siendo sincera, sé que son días qué prefiero no recordar.
Pasaba el tiempo y aunque no me fue mal en las materias, aun lamento no haber terminado la carrera de mejor forma.
Conocí a otras sobrevivientes y formé lazos de amistad con varias de ellas. Así el BUF se preparaba para asistir a la marcha del 25 de noviembre, y yo para mi primera marcha colectiva.
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