El abogado del diablo
- ELLA, sobreviviente
- 28 jul 2020
- 2 Min. de lectura
Los días se habían vuelto fastidiosamente rutinarios, prefería hacer “nada” a tener que salir de mis cuatro paredes. Siempre buscaba una distracción, no quería pensar, mejor dicho, no quería recordar. Me había alejado de todo lo que conocía y por suerte para mis estudios. La psicóloga del CEM había enviado un documento a mi universidad informando formalmente de los hechos.
No suele ser muy relativo el hecho de que una mujer haga publica una agresión, ya sea sexual, física o psicológica. Y mi caso no fue la excepción. Sin embargo, me importaba muy poco lo que sucediera a mi alrededor, solo quería que acabaran las clases para salir rápido, encontrarme con mi padre a fuera de la universidad y poder irme. Odiaba y odio estar en ese lugar, tan cerca de él.
De la misma forma existía otro lugar al que no me gustaba acercarme, la fiscalía. Fui llamada mas veces a declarar de las que lo fue mi agresor, aguantando miradas lascivas e indiferente. Pero ya todo me daba igual. Sabia que era yo defendiéndome contra todo y contra todos. Mi verdad y mi derecho valían mas que cualquier cosa.
Estaba ahí sentada en el mismo lugar. A mi costado mi abogado, al otro la fiscal con mi DNI en la mano. Al costado de ella un hombre que redactaba las preguntas. Al costado de mi abogado, “el abogado del diablo”.
Empezaba el interrogatorio. Recordaba lo que me dijo mi hermano un día antes. Buscaran que te contradigas. Te harán preguntas ambiguas y luego continuarán el contexto para que digas algo que pueda ayudar al procesado. te harán preguntas intimidantes, sobre tu sexualidad.
¿Alguna vez han visto la peli Helena de Troya?, esa parte en la que ella se encuentra desnuda en medio de mil reyes que la observan y no ella dice: “No sentí nada”. Así se siente una mujer que ya ha sido humillada tantas veces. No solo por su agresor, por el sistema judicial, por la sociedad, por todo.
Me limitaba a contestar con la misma frialdad y el desinterés con el que ellos se mostraban.
Divagaba en mis pensamientos. El tiene una hija pequeña, si te sientes atacada. Respóndele ¿acaso usted no tienes hijas? Y me preguntaba al observarlo, ¿Qué lleva un viejo cansado, cabizbajo? ¿Que seguramente hablo con su cliente sobre la violación a defenderlo? ¿Será por qué le cree? ¿Será por el dinero? ¿Será su deber de “ayudar”? ¿será la experiencia ayudando violadores absueltos?
¿Debería ser más directa con él? No sé sus motivos, pero no me sentí atacada. Decidí esperar a que se acabará.
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